lunes, 21 de diciembre de 2015

El cortejo

El cortejo                                                                                                    



     Iba distraída, caminando por la calle Alem. Miraba los árboles, el cielo frío y azul con ése azul único de la Argentina. Cuando me disponía a cruzar la avenida, se detuvo un cortejo. Sin darme cuenta, leí el nombre impreso en seda oscura con letras doradas: Raquel Saporiti, decía. Sorprendida pensé: pero están locos, si yo estoy caminando por la calle Alem.
     Sin embargo alcancé a ver los pasajeros de los autos: todos conocidos.
Ahí estaban mi hermano Carlos y también el mas chico, Robertito. Mis sobrinos, algún poeta amigo y mis amigas. Todos llorosos y angustiados.
     Rápida me puse a la par del coche fúnebre. Y sí, había muerto ayer de escarlatina.
     Ya que estaba miré las flores: profusión de rosas y jazmines. ¡Qué suerte!  ¡Justo las flores que mas me gustan!
     Cuando llegamos al cementerio el cortejo entró. ¡Qué derroche! Gastar tanta plata en cementerio. Hice una carrerita para llegar al agujero abierto que oscuro me esperaba. Me asomé y miré. Todavía estaba libre.
     Vino un cura y empezó a hablar. _  mujer de grandes méritos, madre amantísima hija devota. _ Qué mentiroso, pensé. Si yo no tuve hijos y tampoco méritos. El religioso no me conocía y decía lo que todos esperaban.
Alguno se sonaba la nariz y otros con anteojos negros, mantenían la incógnita del dolor tras los cristales.
     Crucé las piernas y me senté en el pasto. Una hormiga me picó el tobillo y  la quité de un manotazo. O eran ciegos o estaban distraídos porque nadie se dio cuenta.
     Así fui bajando muy despacio al hoyo. De pronto sentí un fuerte golpe en el pecho. Era el primer terrón. Después siguieron otros. Me puse las manos en la cara para que no me lastimaran los cascotes. Pronto los deudos se calmaron y el cielo se nubló.
     Charlaron un ratito un poco apesadumbrados y lentamente salieron a la avenida.
     Yo quedé sentada mirando las flores y la placa.
     Ahora estaba muy adentro del mundo.
     Los árboles eran los mismos de la calle Alem y el cielo azul con ese azul único de la Argentina, también se parecía.

     Entonces decidí cruzar la avenida.

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