La milonga
Y si. Ella bailaba con sombrero. En la pista cuando sus
compañeros ocasionales la tomaban de
la cintura, nunca podían apoyar la mejilla en la suya color durazno. Así que eran
tangos de poco contacto físico. Dos manos enlazadas.
Las
otras, una en la cintura de ella y otra en el hombro del varón.
La milonga estaba en la calle Corrientes. Los concurrentes eran
casi todos habitués;
oficinistas, maridos engañadores, tipos que morían por bailar
tango.
Y en esos lugares
aunque no eran de levante siempre algún amorcito se gestaba. Las mujeres eran casi
todas grandes, como diría el poeta todas minas de gran corazón. Rosita tenía cuarenta
y pico y aún acunaba la esperanza de un gran amor. Así que
religiosamente todos los
jueves a las cinco de la tarde entraba en “ El cuartito
“ y por dos horas no era la mucama de
Recoleta con la tarde del jueves franco. Ahí era Rosita la mas buscada por mejor bailarina.
Al entrar se sacaba las chatitas, se calzaba los tacos y se ponía el sombrero. Se
sentaba en una mesa con algunas conocidas y esperaba el cabeceo de un oficinista escapado en un
trámite. Siempre con el sombrero puesto. La flor hacía cosquillas en la cara del
bailarín que a la segunda pieza desistía de continuar con ella, esa
mezcla de baile y levante que es
el tango.
Pero un día entró un tipo al que ella siguió con la mirada.
Morocho, peinado para atrás,
traje a rayas y zapatos charolados. Enseguida le gustó. El tipo era morocho pero de ojos
verdes. Y a Rosita la podían los ojos verdes. Lo siguió, lo siguió y lo siguió con la
mirada. Hasta que el morocho sintió que unos ojos lo traspasaban y caminando alrededor de las
mesas , se enfrentó con la mujer. Y le gustó. Le gustaron
esos ojos negros y
esperanzados. Así que decidido fue a la antigua y extendiéndole la mano le dijo: _ ¿
bailás?_ Entonces Rosita se sacó el sombrero.
5/6/2013 R.Saporiti